mayo 23, 2010

De calles, señas y juegos de luces.



Después de meses de hacer intentos escribas, parece que al fin podés poner en palabras la interpretación de un nuevo código humano, al que si bien no has podido craquear por completo, el idioma relacional de tu ya-no-tan-nuevo, nuevo hábitat, ya lo empezaste a balbucear de una forma flagrante.

Volvés a la metáfora de la vida cómo un camión de helados que te atropella cuando no la viste venir porque estabas haciéndote el boludo.

Con el inicio del otoño se cierra el ciclo fase a-prueba, de esa presunta nueva experiencia, y en los balances generales ha sido una experiencia definitivamente sorprendente. Un ciclo que no te esperabas se desate como lo hizo, y te lleve a ubicarte a dónde estás hoy. Mas confundido que cuando llegaste. Hiciste lo que quisiste y tuviste cintura para los obstáculos que te tiraba desde su acoplado el camión de la vida. Pudiste esquivarlos y hasta ahora no te han atropellado. No te quedó otra que dejar de jugar al boludo.

Sin embargo te diste cuenta que empezaste a actuar como ya lo habías hecho antes, y caíste en cuenta que haciendo lo mismo no se consiguen resultados diferentes. Ahí te encontraste con una avenida ancha, ancha, tomando conciencia de que al parecer las cuestiones relacionales son las avenidas sin semáforos colmadas de vehículos con conductores novatos que tenés que cruzar sin terminar bajo ninguna rueda.

Y las calles con un tráfico particular, que se caracteriza por conductores con poca o escasa reflexión sobre un peatón, que se torna indeciso cuando no encuentra la seguridad que da una señal clara y concisa como una luz, roja o verde; no consienten a un supuesto adicto a los enamoramientos tontuelos, que se encandila con esas formas masculinas que se destacan y sobresalen cómo texturas, de la prescripción de lo bien visto en el paseo de lo que tiene que ser.

Sobre los modos de relacionarse ya si que estás perdido en la multitud, y nadie te sabe indicar como llegar a la esquina. Las indicaciones que te dan son formas clásicas de no encontrar lo mismo, y los sistemas de monitor ya no te funcionan de la misma manera, parece que llegó el momento en que salida/exit requiere ponerle el cuerpo al cruce furtivo.

Los arquetipos masculinos que estabas buscando debajo de las piedras del valle se aparecieron de repente en el trayecto de actividades iniciadas en tu afán de emprender pequeñas aventuras experimentales.

Sin embargo los viste venir, y tu experiencia con outsiders mentales previa al valle que quedó escrita en letras mayúsculas te permitió reconocer que los conductores que querés te recojan no saben para dónde conducen pero siguen conduciendo, porque pasan por distintas paradas pero no se convencen del detenimiento, y salirles al encuentro a estos chicos malos en la ruta te puede dejar con politraumatismos mentales y emocionales por el golpe al intentar esquivarte porque temen a ese detenimiento. Traumas de grúas de policía de tránsito tal vez.

Cierra un ciclo, y los carteles te invitan a ser un peatón responsable, a sumarte a un “atención, atención” porque los muchachos que apetecés están muy ocupados en sus mambitos y deberes generacionales, y no son tan rokers como para mandar todo al pingo y animarse a abrirle la puerta de acompañante a tu existencia.

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