marzo 16, 2009

esperando el clic del otoño en la rueda del año. cosecha, reflexion, gracia en el viaje de gaia

Profesionales de la combinación

cuarto poder | 14.03.09

Todo puto del siglo xxi que se precie cómo tal debe tener aunque sea un perfil en algún sitio web para conocer otros putos. Con la llegada de Internet al mundo de lo cotidiano, las formas de relacionarse entre muchachos cambiaron drásticamente. Hay un antes y un después en las formas de socialización homo a partir de los canales de Chat, la mensajería instantánea, hoy multimedia, y por supuesto de las páginas con perfiles. Del puto de la tetera y callejero de antaño, un puto que pateaba la calle para coger y sin importarle mucho donde, quedó el yiraje nocturno para desfilar modelitos en las zonas gaymente acomodadas. En los suburbios seguramente se mantienen las viejas prácticas, después de todo son las más efectivas ante la calentura barrial. Con Internet uno se pone pretensioso, que “si la foto no se ve bien o es de cuerpo entero”, que “si me das cam”, “que date una vuelta”, “que mostrame si la tenés linda”. Y así podes desvelarte noches enteras para terminar mirando pornografía búlgara sólo como un perro, sin disfrutar siquiera el orgasmo de la amargura que deja una calentura no satisfecha. Con Internet cuesta quedar satisfecho, porque siempre puede aparecer uno mejor, o por lo menos eso creemos. Toda esta perorata contextualizadora es para decirles que lo que hace automáticamente un puto cuando se desplaza de hábitat geográfico, e incluso antes de, es buscar perfiles de la zona a la que se muda. Y así lo hice por supuesto. Apenas llegado e instalado en mi nuevo hábitat, cambie las opciones de mi perfil. Mantuve mi descripción física (las paginas tratan cada vez más ser muy específicas: altura, peso, color de ojos y pelo, origen étnico, cantidad de vello, tipo de cuerpo, circunsición, y sigue la lista); no agregué ni cambie mis preferencias: tipo que buscás, roles, calidades, morbos, perversiones, sabores y gustos artísticos, también atuendos de guardarropa. El puto suele ser siempre muy artie, o intenta serlo aún cuando sus detalles lo dejen en evidencia. Ahora era del NOA. Empecé a chequear los perfiles de los putos locales y me encontré con unas cuantas características generales. La mayoría de los perfiles del noroeste, o salteños, no tienen fotografías faciales, pero en su gran mayoría buscan conocer el amor, o alguna cuestión cursi por el estilo. ¿Prefieren la sorpresa de las citas a ciegas? ¿Están resignados a lo que venga? ¿Fobia a ser reconocido? La mayoría aduce discreción. Los putos locales al parecer son todos muy discretos, afines al que no se divulgue, aunque se comente, ah y por supuesto todos muy machitos, aun cuando muestren el primer plano de unas nalgas abiertas y pidan amor, y se autodenominen “amplios” para referirse a las preferencias de roles. Ampliamente putos, pero en silencio. Son menos los que dan la cara, y entre ellos me incluí, y me llevé la sorpresa de que dar la cara en un perfil es síntoma de no ser local. Y empecé a recibir mensajes y distribuir mi messenger de levante. Empezaba la etapa exploratoria de la oferta local. Un ochenta por ciento de los mensajes recibidos se iniciaban con la frase ¿Qué hacés de tu vida? ¡Que te importa! Era lo primero que pensaba y automáticamente los descartaba, una práctica de puto de ciudad grande, donde siempre hay más para elegir y se puede desechar a los pelmazos ante la primera falta. Pero acá las opciones se agotaban rápidamente, por lo que uno no podía ponerse tan en exquisito, y empecé a prestar atención a las descripciones de los perfiles, y la mayoría detallaba su situación de vida con una palabra: profesional. En salta el puto es profesional y busca profesionales, la profesión certificada por un centro de estudios tiene un alto valor en la mesa de entrada a una relación homosexual salteña, y al parecer no es en la única, o por lo menos no empezó ahí. La heterosexualidad salteña es altamente profesional y sólo eso es lo que se pretende. Con la profesión de acaba la vida, y si esa titilación no te sirvió para sacar tu tajada social relacional, no existís, o terminás siendo una desesperada relacional, como muchas mujeres salteñas que buscan al macho profesional que puedan hacer su presa. El concepto de profesión implica la acción de aplicar un conocimiento educativo especializado que para una sociedad capitalista posee alto valor de diferenciación social. La profesión otorga un valor personal que nos diferencia y hace menos a quién no lo es. Y en salta les encanta hacer a menos, diferenciarse. Sin embargo en los perfiles salteños no es solo una cuestión de ser más, sino de saldar una falta. Para los putos salteños ser profesional compensa la falta de belleza socialmente estimada, la falta de inteligencia culturalmente deseada, la falta de ética socialmente demandada, y hasta la falta monetaria. Ser profesional por el uso que le dan localmente es igual a tener un bonus track en tu falta de autenticidad, en tu diferenciación de la combinación salteña. Y eso que en salta todos están educaditos para ser combinados. Todos combinan ya desde chiquititos la ropita con que son vestidos. El cinto con los zapatos, el sweater con la camisa, y ésta por supuesto por dentro, y mostrando que uno esta limpio, bañadito con mucho gel y raya al costado, para ir a misa todos los domingos y quedarte en el atrio a mirar a los chicos lindos de los cursos mas altos. Los homosexuales adultos hechos y derechos se combinan para ser los gays de moda, los gays que la sociedad acepta, los gays que siguen estándares internacionales de masculinidad que hacen discreto cualquier vicio anal. En Salta son profesionales, masculinos discretos, que declaman su blancura, y te aclaran: no soy coya, no soy negro. Los putos también son salteños, hacen la demarcación étnica que los incluye a la sociedad, reafirman el estado de dominación étnica que me hace sentir que estoy viviendo en algún estado norteamericano del sur en la época de las plantaciones esclavistas. Mi primer profesional salteño fue abogado. Cambiamos teléfonos, después de pasar la prueba del ¿Qué haces de tu vida?, y terminé visitándolo en una de mis primeras noches de exploración habitacional. Un profesional vive solo, y si es gay tiene un departamento gay. Tiene que preocuparse por serlo, sobre todo si está en la franja 30-40 y sobrevivió a la discreción de hábitos sexuales. Me invitó con un vino, muy atentó, y me contó de su supervivencia salteña, de sus noviazgos tormentosas y sus cacerías de fin de semana en el boliche local. También habló de lo boluda que se hacia la familia frente a que este señor profesional en edad de estar casado y con hijos tenga una departamento propio en pleno centro salteño, siga soltero, tenga “amigos” temporarios y presentaciones encubiertas en festividades calendáricas. Me sorprendió, un gay salteño en vivo y en directo, como de esos que uno solo ve en una serie norteamericana con diversidades sexuales. Mucha comodidad, mucha destreza, yo tenia listos los elementos necesarios para una revolcada, pero para el profesional mi mentalidad extranjera dejaba muchas evidencias de mis opiniones sobre la putez. No era apto para sus condiciones de acción sexual. Fui rechazado entre cortesías y honestidades amorosas. Sin embargo aprendí mi primera lección local: no seré un profesional de la combinación, porque estaré demasiado ocupado sobreviviendo.

marzo 08, 2009

60 días no es cuaresma.


Cuando el aterrizaje en el valle ya era un hecho, no había marcha atrás en la decisión del cambio de hábitat.

Volver a residir en Salta había sido el principal tema de discusión en mi cabeza desde la última visita, 4 estaciones atrás.

Las expectativas de tener una vida sexual habían quedado relegadas frente a otros deseos de vida, pero una vida sexual vivita y coleando era el principal obstáculo para un aterrizaje decidido, seguro.

La referencias salteñas acercas de las condiciones sexuales en la ciudad no eran las mejores, si embargo tenía conocimiento de residentes sobrevivientes de la homosexualidad norteña.

La emigración sexual desde el “país profundo” hacia la gran capital es una constante que se sucede desde bien atrás en el siglo pasado. La gran masa de putos de todo el país se concentran no más allá de 10 kilómetros a la redonda de un cruce de avenidas ya histórico: Santa Fe y Pueyrredón.

En ese radio se suceden todas las prácticas sexuales posible para un homosexual argentino: coger con la mayor cantidad de tipos posibles, buscar desesperadamente un amor que lo llene, casarse para vivir el telegrama soñado y hasta hacerse pasar por taxiboy para vivir las experiencias más extremas.

Los putos viviendo en la gran ciudad están subidos a ese parque de diversiones, y pueden pasar décadas haciéndolo, visitando sus lugares de origen solo para las fiestas de guardar y aterrorizados de alguna vez volver al pueblo, a la prehistoria de la sexualidad.

Ese gran parque de diversiones con lo que un pueblerino maravilla desde su adolescencia, con los años se va transformando en una calesita cada vez mas pequeña, por momentos casi, casi, parece un calesita de plaza con tres sujetos con pene agarrados de un volante central girando para un lado y para el otro, buscando un cambio al recorrido, cosa imposible ya que la calesita de plaza gira sobre su eje, y todavía no las inventan con eyectores, así que uno es el que debe bajarse.

El puto del interior es el que comanda el girar, y uno de los otros dos muchachos es el hombre deseado y el tercero es su ex. Y esa misma relación triádica se aplica indistintamente a cada uno de los tres sujetos. Todos hacen todo el tiempo los tres personajes. El ideal, el ex y el que busca girando, o también podríamos decir yirando.

Casi 8 años me llevaron llegar a está visión de lo que pueden ser las relaciones sexuales de los putos del siglo xxi, o por lo menos de los putos que fuimos programados con un modelo de relación monogámica, clasista, burguesa, colonial, freudiana y posmoderna, programados por nuestros padres, nuestro entorno y la televisión internacional.

Sin embargo antes de decidir la vuelta, ya me había bajado de la calesita. Pasaron unos cuantos meses de mareo, el efecto de estar girando en el mismo aparato durante casi 10 años (ya desde la pubertad), no podía ser leve. Lo que uno vive tiene consecuencias fisiológicas, sino pensemos como la consumación de esta lógica en los salteños medios generan automáticas consecuencias. El tipo salteño que en su primera juventud consiguió su mujercita y viceversa se deja deformar por las condiciones de vida monogámicamente morales a las que se entrega. O por lo menos eso pude observar cuando me fui encontrando con mis congéneres por las calles. Todos, o la mayoría de ellos aparentan 10 años mas, y eso que somos generación 82.

Bajarse del carrusel del amor apostólico burgués implicó empezar a caminar el terreno con firmeza, ponerle fin a la búsqueda y disfrutar del paisaje mientras uno camina la vida.

Y así fue como levanté campamento y apunte hacia el norte y peché pa` adelante.

Un puto volvía a la ciudad del interior, a la ciudad que ponía de pelos al puto más piantao. Sin embargo la información de algunos sobrevivientes entraban en contradicción, y eso también fue una apuesta para el regreso.

Ya no había miedo a la decadencia de una vida sexual constante y sonante ni a convertirte en travesti en la tierra nacional de las travestis, un miedo a flor de piel en los putos locales.

Ese afán de encontrar lógicas, funcionamientos relacionales, obsesión típica de cientista social me llevaron a tomar nota de los comportamientos de los hombres salteños. A primera vista son todos posibles putos, así que la discriminación mayoritaria entre lo hétero y lo homo en Salta, podemos hipotetizar, esta dada por los extremos de una performance de lo femenino, ser taaaan una cantante hottie por un lado, como ponerse el traje del capitán América y toda su testosterona por el otro. Hay muy poco equilibrio, y mucho miedo a lo femenino.

Todo esto por supuesto, en apariencias. Al momento de los bifes los disfraces quedan a los pies de la cama, aunque suele haber fetichistas.

En salta el silencio los incomoda y ser gay está de moda. O eso parece. La mirada prejuiciosa, de alguien que se fue a subir a la calesita en la gran ciudad porque pensó que acá no se vivía, permite la sorpresa cotidiana en el ecosistema humano del valle de Lerma. En Salta todo aparenta, todo es vidriera.

La fobia social no permitía un paseo relajado por las callecitas coquetas de la zona turística citadina, además de que en Salta todo el mundo quiere saber quien es todo el mundo. Pero pasaron unas semanas antes de darme cuenta que a los salteños no les preocupa tanto el auto con el que puedan colisionar en la siguiente esquina, como el sujeto que camina por la ciudad. En salta no se camina, no se mira el paisaje, solo la fachada de con quienes se cruza, y al mismo tiempo todos mueren por ser mirados, por se reconocidos. Muy putos los salteños, esconden su perversión homo pero se desnudan para ser deseados.

60 días han pasado desde la última descarga sexual, y fue en otro espacio geográfico. La última vez los días sumados entre cogida y cogida fueron 23, y al siguiente apareció el marido deseado, para el que estaba programado. En 60 días la calentura estalla por lo ojos y las orejas, y todavía me pregunto como hacen los que llegan vírgenes al matrimonio.

60 días de abstinencia en una ciudad con hombres hermosos que juegan a la miradita es como una cruzada sanmartiniana de monja carmelita en zona roja, horrorizada por lo que ve pero con el deseo inconciente de ser-ahí que le transpira por la cofia.

En Salta se huele el deseo, te manosea en cada esquina, pero si Salta tuviese alcantarillas la culpa apostólica emergería cual vapor de noche inundando la ciudad, oxidando los cinturones de castidad mental de los muchachos, porque castidad genital de eso si que no hay. Mientras más culpa, más perversión; si son más perversos, hay más deseo y el deseo lleva a la práctica, y uno no siempre puede horrorizarse, sobre todo si hay mucho alcohol en la sangre, lugares oscuros, travestis a mano, putos callejeros y viejos verde, en autos, pajeros.

La abstinencia de carne es sólo una fecha en el calendario pastoral, y 60 días no es una cuaresma, es un trabajo de campo en el que la metodología de investigación fue la entrevista de putos y no la observación participante.

De 60 días hay hipótesis a corroborar y unas cuantas historias que contar, solo espero que la diosa me ubique en su mapa y estas pascuas me bendiga con una santa verga, para poderles contar.


[Un puto en la ciudad |semanario cuartopoder |salta, argentina - 7.03.09]


marzo 03, 2009

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