marzo 08, 2009

60 días no es cuaresma.


Cuando el aterrizaje en el valle ya era un hecho, no había marcha atrás en la decisión del cambio de hábitat.

Volver a residir en Salta había sido el principal tema de discusión en mi cabeza desde la última visita, 4 estaciones atrás.

Las expectativas de tener una vida sexual habían quedado relegadas frente a otros deseos de vida, pero una vida sexual vivita y coleando era el principal obstáculo para un aterrizaje decidido, seguro.

La referencias salteñas acercas de las condiciones sexuales en la ciudad no eran las mejores, si embargo tenía conocimiento de residentes sobrevivientes de la homosexualidad norteña.

La emigración sexual desde el “país profundo” hacia la gran capital es una constante que se sucede desde bien atrás en el siglo pasado. La gran masa de putos de todo el país se concentran no más allá de 10 kilómetros a la redonda de un cruce de avenidas ya histórico: Santa Fe y Pueyrredón.

En ese radio se suceden todas las prácticas sexuales posible para un homosexual argentino: coger con la mayor cantidad de tipos posibles, buscar desesperadamente un amor que lo llene, casarse para vivir el telegrama soñado y hasta hacerse pasar por taxiboy para vivir las experiencias más extremas.

Los putos viviendo en la gran ciudad están subidos a ese parque de diversiones, y pueden pasar décadas haciéndolo, visitando sus lugares de origen solo para las fiestas de guardar y aterrorizados de alguna vez volver al pueblo, a la prehistoria de la sexualidad.

Ese gran parque de diversiones con lo que un pueblerino maravilla desde su adolescencia, con los años se va transformando en una calesita cada vez mas pequeña, por momentos casi, casi, parece un calesita de plaza con tres sujetos con pene agarrados de un volante central girando para un lado y para el otro, buscando un cambio al recorrido, cosa imposible ya que la calesita de plaza gira sobre su eje, y todavía no las inventan con eyectores, así que uno es el que debe bajarse.

El puto del interior es el que comanda el girar, y uno de los otros dos muchachos es el hombre deseado y el tercero es su ex. Y esa misma relación triádica se aplica indistintamente a cada uno de los tres sujetos. Todos hacen todo el tiempo los tres personajes. El ideal, el ex y el que busca girando, o también podríamos decir yirando.

Casi 8 años me llevaron llegar a está visión de lo que pueden ser las relaciones sexuales de los putos del siglo xxi, o por lo menos de los putos que fuimos programados con un modelo de relación monogámica, clasista, burguesa, colonial, freudiana y posmoderna, programados por nuestros padres, nuestro entorno y la televisión internacional.

Sin embargo antes de decidir la vuelta, ya me había bajado de la calesita. Pasaron unos cuantos meses de mareo, el efecto de estar girando en el mismo aparato durante casi 10 años (ya desde la pubertad), no podía ser leve. Lo que uno vive tiene consecuencias fisiológicas, sino pensemos como la consumación de esta lógica en los salteños medios generan automáticas consecuencias. El tipo salteño que en su primera juventud consiguió su mujercita y viceversa se deja deformar por las condiciones de vida monogámicamente morales a las que se entrega. O por lo menos eso pude observar cuando me fui encontrando con mis congéneres por las calles. Todos, o la mayoría de ellos aparentan 10 años mas, y eso que somos generación 82.

Bajarse del carrusel del amor apostólico burgués implicó empezar a caminar el terreno con firmeza, ponerle fin a la búsqueda y disfrutar del paisaje mientras uno camina la vida.

Y así fue como levanté campamento y apunte hacia el norte y peché pa` adelante.

Un puto volvía a la ciudad del interior, a la ciudad que ponía de pelos al puto más piantao. Sin embargo la información de algunos sobrevivientes entraban en contradicción, y eso también fue una apuesta para el regreso.

Ya no había miedo a la decadencia de una vida sexual constante y sonante ni a convertirte en travesti en la tierra nacional de las travestis, un miedo a flor de piel en los putos locales.

Ese afán de encontrar lógicas, funcionamientos relacionales, obsesión típica de cientista social me llevaron a tomar nota de los comportamientos de los hombres salteños. A primera vista son todos posibles putos, así que la discriminación mayoritaria entre lo hétero y lo homo en Salta, podemos hipotetizar, esta dada por los extremos de una performance de lo femenino, ser taaaan una cantante hottie por un lado, como ponerse el traje del capitán América y toda su testosterona por el otro. Hay muy poco equilibrio, y mucho miedo a lo femenino.

Todo esto por supuesto, en apariencias. Al momento de los bifes los disfraces quedan a los pies de la cama, aunque suele haber fetichistas.

En salta el silencio los incomoda y ser gay está de moda. O eso parece. La mirada prejuiciosa, de alguien que se fue a subir a la calesita en la gran ciudad porque pensó que acá no se vivía, permite la sorpresa cotidiana en el ecosistema humano del valle de Lerma. En Salta todo aparenta, todo es vidriera.

La fobia social no permitía un paseo relajado por las callecitas coquetas de la zona turística citadina, además de que en Salta todo el mundo quiere saber quien es todo el mundo. Pero pasaron unas semanas antes de darme cuenta que a los salteños no les preocupa tanto el auto con el que puedan colisionar en la siguiente esquina, como el sujeto que camina por la ciudad. En salta no se camina, no se mira el paisaje, solo la fachada de con quienes se cruza, y al mismo tiempo todos mueren por ser mirados, por se reconocidos. Muy putos los salteños, esconden su perversión homo pero se desnudan para ser deseados.

60 días han pasado desde la última descarga sexual, y fue en otro espacio geográfico. La última vez los días sumados entre cogida y cogida fueron 23, y al siguiente apareció el marido deseado, para el que estaba programado. En 60 días la calentura estalla por lo ojos y las orejas, y todavía me pregunto como hacen los que llegan vírgenes al matrimonio.

60 días de abstinencia en una ciudad con hombres hermosos que juegan a la miradita es como una cruzada sanmartiniana de monja carmelita en zona roja, horrorizada por lo que ve pero con el deseo inconciente de ser-ahí que le transpira por la cofia.

En Salta se huele el deseo, te manosea en cada esquina, pero si Salta tuviese alcantarillas la culpa apostólica emergería cual vapor de noche inundando la ciudad, oxidando los cinturones de castidad mental de los muchachos, porque castidad genital de eso si que no hay. Mientras más culpa, más perversión; si son más perversos, hay más deseo y el deseo lleva a la práctica, y uno no siempre puede horrorizarse, sobre todo si hay mucho alcohol en la sangre, lugares oscuros, travestis a mano, putos callejeros y viejos verde, en autos, pajeros.

La abstinencia de carne es sólo una fecha en el calendario pastoral, y 60 días no es una cuaresma, es un trabajo de campo en el que la metodología de investigación fue la entrevista de putos y no la observación participante.

De 60 días hay hipótesis a corroborar y unas cuantas historias que contar, solo espero que la diosa me ubique en su mapa y estas pascuas me bendiga con una santa verga, para poderles contar.


[Un puto en la ciudad |semanario cuartopoder |salta, argentina - 7.03.09]


1 comentario:

Anónimo dijo...

Sencillamente: brillante tu descripción. Parece que la abstinencia de carne ha agudizado tu uso del lenguaje.
Personalmente creo que hay mucha sabiduría en tu desición de bajarte de la calesita y salir por ahi a mirar paisajes. Creo que dejar de hacer foco en la "falta" es un síntoma de salud (mental, que es la que menos abunda), porque no debe haber más triste pervención que la de confundir necesidad obsesiva con deseo.
Creo que la Diosa ya está acompañando tu andar, y celebro eso.
Ante la imposibilidad de verte ha sido un enorme placer leerte y comprovar que tu radicalidad anárquica y tu valentía de pensamiento siguen intactas.
Te quiero y extraño.

MarTU.

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