Uno ya está dejando la adolescencia en la que te comés los mocos ante el asomo de una situación de “levante” espontáneo, de esos sobre los que se intenta cabalgar cuando conocés un pibe en un lugar cualquiera; que si bien es un tanto azaroso, está situado en un contexto en el que uno está implicado con cierta profundidad. Por ejemplo la cena de egresado de un amigo.
Hay un grupo de gente donde no se conocen todos entre si, sino más bien es un grupo ecléctico que te hace ameno esos momentos en los que no tenés de que hablar con nadie, pero te ves obligado a decir algo gracioso para ser simpático y dejar bien parado a tu amigo sobre porque es amigo tuyo.
Ves entrar al flaco que se convertirá en LA cuestión de la noche, y uno que está ciertamente más maduro para este tipo de situaciones, la pilotea, y queda divino, o por lo menos eso cree.
Generás las situaciones justas y necesarias que te lleven a resolver esa cuestión. Ya no dudás, o sí, pero no te quedás con las ganas y hacés los movimientos adecuados. Salir a fumar un pucho con el chico en cuestión, encontrar su mirada en momentos claves, hacerte amigo, charlar amenamente.
Risa va, risa viene y los muchachos se entretienen hasta que surge la posibilidad de hacer un trayecto de viaje, juntos hasta un punto x de la ciudad. La mejor onda. Frase va, frase viene, y en lo que va del viaje “surge” el intercambio de mails, siempre más cómodo y disimulado que pedir o entregar un teléfono. Hay que tener en cuenta que si bien estamos más curtidos, hay que ser sutiles, no vayan a creer que estás desesperado por avanzar.
Tenés el mail, pero como siempre sucede, las sutilezas se vuelven obtusas y te terminan llevando a fantasear los mejores momentos de tu vida con ese sujeto que acaba de dejarte anotado en un papel que sacó de su bolso y en el que escribió con su propia mano y con su prropia letra su Messenger para que lo agregues y sigan siendo sutiles hasta “la cita”, porque obvio, no es el fin una amistad.
Lo agregás al msn, y toda la noche te comés la cabeza pensando "que lindo esto, que lindo lo otro", llenando tus ansias y deseos de afecto con este nuevo sujeto que sin saberlo (o sin querer imaginar la posibilidad, o siendo soberbiamente seguro), te puede patear la cabeza sin decirte a donde va.
Se conecta, te ponés agudo con las construcciones lingüísticas que construís en cada línea que enviarás con el Enter que se traba en tu teclado, para que lea lo mejor de vos ese nuevo objeto de tu afecto, esa nueva obsesión. Y ahí tropezás. Pelotudizarte por un sujeto que aparenta satisfacer tus expectativas sólo porque te flasheó es una piedrita que ya te comiste quichicientas veces, un piedra bañada en chocolate a la que no tenés que morderla sin tener la confirmación de lo que hay adentro. Animarse a más es solo para chicas Pepsi o Ricky Martin, no para putos deseosos de entregarse a un encuentro correspondido, que para peor aún no fue confirmado.
Y de nuevo te quemás con la leche, que encima es la tuya. Nunca sabrás entender que cosa de tu perfecta estrategia salió mal como para que te entierren con un epitafio semejante: “Santa verga la tuya, porque la mía no hace nada”. La expresión de pensamiento a veces, si no hay cuotas de humores, producen urticarias; porque si nos remitimos a la literalidad de la frase tomando el lado más homosexual del asunto, el hombre de la noche, de poco viril no tenía ni el tono de la o. Aunque siempre cabe la posibilidad que esa "o" macha indique otra cosa con esa forma, pero por ahora no lo sabrás, y quizás el futuro te deparé una respuesta si es que en tu memoria yacerá el que te enterró.
Al menos estuviste 12 horas ilusionado, un buen promedio de tiempo sin sentir el vacío.
