marzo 19, 2008

Unión civil, matrimonio, etc... ¿unidos y dominados? Yo me quiero casar y ¿usted?


Desde diciembre de 2002 tenemos el derecho de unirnos civilmente en Buenos Aires. Es cierto, no se lo pude negar, es un derecho importante y que sienta un precedente a muy grosso modo de que nos es posible poder hacer antes los ojos de la sociedad, cosas que nos se nos estaban permitidas por estar fuera de la normalidad. Y estamos en condiciones de alcanzar mas derechos, como cualquier otro individuo que integra esta red intrínseca de relaciones llamada sociedad. La pelea por derechos y su concesión que igualen a las obligaciones que ya tenemos impuestas por el Estado no merece cuestionamiento.

Pero... ¿Cuan impregnados con La Norma culturalmente estamos como para decidir llevar una vida, quizás muchas veces respetando y adhiriendo implícitamente a mandamientos y preceptos que nuestra gran enemiga la Iglesia vaticana hace mas de mil quinientos años nos impuso?

El matrimonio (el próximo objetivo a conseguir) y su base contractual es la esencia de la norma burguesa que hace al hombre o mujer ser bien vistos ante la sociedad ya sea por su nivel de vida, los éxitos económicos conseguidos, los hijos y la familia tipo. Cabe preguntarse entonces: ¿Un homosexual casado seria el prototipo social novedoso? ¿y en un tiempo no muy lejano, parte de la norma?

Ahora podemos llegar a ser más normales ante los ojos de esos otros a los que queremos muchas veces parecernos invisibilisando nuestra diferencia, borrando todo rastro de “amoralidad” de la que tanto somos acusados por tener sexo libertario, por no tener una pareja estable, por disfrutar del sexo, por no ser fieles, por jugar con la muerte (recuerden que somos el estigma del SIDA como grupo de riesgo para la sociedad toda). ¿Acaso queremos demostrar que somos morales y decentes? ¿A quién? ¿Por qué? Si sólo la libertad da el justo valor del amor, no su precio. Es verdad que necesitamos de esos derechos a unirnos legalmente para poder elegir libremente, pero también debemos pensar en que tipos de parejas queremos ser: ¿hasta que punto somos capaces de reproducir formas y vicios culturales enarbolados como “lo normal” que nos excluyen y nos estigmatizan sin poner un ojo critico en “normas sociales y católicas” construidas conceptual e históricamente como “la fidelidad”?

Pensar en el cambio y en la diferencia es la cuestión. Pensar en que cambiamos estando unidos civilmente o casados mas allá de los beneficios sociales que podemos obtener, y hasta que punto son realmente beneficios, y en nuestra diferencia que de igual modo nos hace partícipe de derechos sociales por lo que se han venido batallando durante mucho tiempo y por los que seguiremos peleando. Es necesario tener presente esa historia de lucha y pelear contra ese deseo que nos incita a “integrarnos” corporativamente a una normalidad cultural que tenemos que cambiar y tratar de romper, y no reproducirla para sentirnos “parte de ella”. Debemos dar un giro en esa integración como iguales pero diferentes, porque el fin del amor (y la igualdad), en boca de un quebrador de la norma como Gonzalo Arango, es darse más nunca ser tomado ya que su única razón de ser es ser en otro ser, libremente.

La gente se casa por cual cualquier otra razón menos por amor. Esa idea de matrimonio fundada en “el amor” borra su base contractual del beneficio socioeconómico mutuo. ¿Por qué ocultar que me uno a otra persona por intereses compartidos? Si vos lo que querés es un beneficio: integrante! y que la sociedad capitalista te explote con más derecho.

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